domingo, 28 de febrero de 2010

El día que conocí a Jorge Magano



Todo empezó con un nombre en facebook: Jorge Magano. Por la red cientos de fotos, una página web y un blog. En la calle tres libros: Fabuland, La Isis Dorada y El chico que no miraba a los ojos.

Conocí a Jorge gracias a una afición común: la serie Hay Alguien Ahí. Y a partir de ahí, y durante casi un año, comentábamos a menudo los avances de la serie, de los personajes y de la segunda temporada, que desgraciadamente se hizo esperar.

Pero de lo que más hablábamos era de su otra cara. Un día me confesó ser escritor y, si soy sincera, me quede con los ojos como platos. Siempre he soñado con ser escritora pero como podéis leer, mis letras y palabras dejan mucho que desear. Así que decidí preguntarle técnicas, tácticas, que me contara más sobre sus otras obras y sobre alguna que tuviera ya en mente, a lo que me respondió "dentro de poco te llevarás una sorpresa. Algo relacionado con Hay Alguien Ahí y con Jorge Selvas".
Si ya mis ojos brillaban de emoción, Magano consiguió que dieran vueltas sobre su mismo eje. Sólo pensaba en encontrar algo sobre la serie que durante tanto tiempo me había hecho dormir con la luz encendida.

Pasó el tiempo y por fin, Jorge publicaba su tercera novela: El chico que no miraba a los ojos. En portada Jorge Selvas (William Miller), Elisa (Carolina Bona) y Raúl (Cameron Antrobus). En la contra la familia Pardo- Simón al completo. El libro cayó en mis manos como agua de mayo y lo devoré, no sin reparos, en un par de días con sus respectivas noches en vela.

En cuanto lo terminé no pude hacer más que felicitar a Jorge por su excelente trabajo y por conseguir que la historia me calara tan hondo. Pero quería hacer algo más. No sólo soy fan de la serie, de Jorge, del libro, sino que además intento ser periodista. Así que le propuse a Jorge un proyecto que escuchó atentamente y que le llenó de satisfacción.

Así me planté en la presentación del pasado jueves, con una cámara digital que no fui capaz de usar, con una agenda para apuntar todo lo que se me estaba olvidando y con tres cafés circulando por mis venas.

Conocí a Jorge esa misma tarde, muy cerca de la Fnac. "Me reconocerás porque soy el chico que se tapa los ojos"- bromeó cuando hablamos por decimotercera vez la noche anterior a la gran cita. No iba con los ojos tapados pero sí con un abrigo gris tres cuartos y un paraguas. Y es que la tarde madrileña podría sorprendernos con cualquier cosa. Ambos llegamos puntuales y nos fundimos en un emotivo saludo. Por fin nos desvirtualizábamos y nos veíamos cara a cara.

Durante poco tiempo, al menos así me pareció, hablamos de la serie, de los misterios que aún se esconden en la casa de los Pardo Simón, de la novela, del carácter de Jorge Selvas y de la posibilidad de embarcarse en otros proyectos televisivos. Charlamos frente a otro café y una cerveza sobre la gran cita, sobre el miedo que nos suscitaba a ambos y sobre el trabajo que nos ocupará las manos y la mente durante mucho tiempo.

En seguida, una mirada al reloj y un "me tengo que ir. Es tarde" fue lo que me hizo regresar a la realidad y ponerme manos a la obra. No daba tiempo ni para un cigarro, había que entrar en la Fnac con rapidez y ubicarnos para hacer las fotos, el vídeo, las entrevistas y la crónica de todo lo que allí estaba pasando.

De pie pude contemplar a un Jorge Magano tranquilo y muy seguro de sí mismo. A su lado, su editora y William Miller, el actor que da vida a Jorge Selvas, protagonista indiscutible de esta novela. También Joaquín Górriz, guionista, y tres de las mujeres que más garra le dan a la serie. Estaban sentadas detrás. Sin moverse. Tres espectaculares mujeres, cada una en su papel, que consiguen que los fans se estremezcan en el sofá cada vez que aparecen. Ya sea juntas o por separado. Allí estaban. Apoyando a un Jorge Magano que demostró ser un excelente orador y que cautivó a los presentes con su voz.

Finalizó. El estress de toda la tarde y casi de toda la semana había acabado. Ahora sólo quedaba el golpe de gracia. Una entrevista a Jorge. Y era lo más difícil porque ya habíamos hablado durante toda la semana y también durante la tarde y ya no sabía ni qué podía preguntarle. Los nervios se apoderaron de mí, de mi mente y de mi mano. Jorge, caballero, mantuvo la compostura, contestó a todo sin reparos e intentó tranquilizarme, porque él ya lo estaba. Aún así, las preguntas salían sin sentido y sin hilo alguno y cada vez que lo pensaba, los nervios se apoderaban de mí.

Como ahora, que he intentado plasmar en un folio en blanco todo lo que viví esa tarde, todo lo que sentí durante las dos semanas anteriores y todo lo que estoy notando ahora y he sido incapaz. Sin embargo, no podía retrasar más el contar esta historia. Ni mucho menos hacerlo a la espera de que la inspiración me llegara en algún momento del día, porque no ha sido así.

Quizá lo que mejor refleje la tarde del pasado jueves no sólo sean las fotos, sino la imagen de una servidora derramando un par de lágrimas por el trabajo hecho, por el final de una etapa, por los nervios acumulados y por la necesidad de volver a repetir para hacerlo mejor.